domingo, 23 de marzo de 2014

Mariano Azuela: de lo real a la novela


Tenemos, desde que existe memoria, la tradición de contar los hechos acontecidos. La historia de la humanidad ha sobrevivido no sólo gracias a quienes la escriben, también a quienes la cuentan, sean o no sean sus testigos directos; la historia tiene su origen en la tradición oral, en todo aquello que de generación en generación, y de boca en boca, ha llegado hasta nuestros días. La literatura se inspira también en ello: los hechos reales.
            De la Revolución mexicana se ha dicho demasiado, se le ha analizado de uno y otro modo: como una sola, como varias e incluso como una guerra nunca terminada. Y aun con tanto material bibliográfico nadie consigue ponerse de acuerdo, tal vez lo ideal sería tener una recreación exacta, eso es lo que de cierto modo conseguimos al leer  Los de abajo, de Mariano Azuela.
En los libros escolares, la lucha armada que inició en el México de 1910 se nos presenta como una lucha del pueblo y no sólo eso, sino como una ¿victoria?, ¿del pueblo? Parece ser que no:
-- Pero usted, sólo con unos cuantos hombres por acá, no dejará de pasar por un cabecilla sin importancia. La revolución gana indefectiblemente; luego que se acabe le dicen, como les dijo Madero a los que le ayudaron: “Amigos, muchas gracias; ahora vuélvanse a sus casas…”[1]
La voz narrativa de Los de abajo desenvuelve su hilo conductor en torno de un verdadero testigo, que presenció el movimiento al lado de una tropa y que tras ver desde dentro el hecho, creó una novela que caracterizaría lo que realmente fue, o creyeron que fue, la Revolución mexicana para quienes luchaban por ella.
            Mariano Azuela se personifica a sí mismo en su texto literario, como Luis Cervantes, el médico que acompaña a la cuadrilla encabezada por Demetrio Macías. Se trata de la parte intelectual que va observando cómo y por qué los hombres que luchan ya no son los mismos si no lo hacen, cómo se van perdiendo poco a poco entre la tierra y nadie más los recuerda.
Entre sus páginas,  Los de abajo narra, a grandes rasgos, lo que entonces nadie sabía qué era, la causa que nadie entendía y en cierto modo la que cada uno tenía; la revolución que entonces sólo significaba ver cuadrillas de hombres por los caminos de tierra, verlos tomar casas, asaltar haciendas y hasta pueblos enteros.
Esta novela es habitada por distintos personajes de este tipo, que se acercan para contar sus historias al médico de la cuadrilla. Son hombres, la mayoría, que van dejando cuenta de la incertidumbre colectiva, y mujeres que se levantan para defender lo que creen suyo mientras otras sólo quedan preñadas por los guerrilleros o se resignan a esperar fielmente a sus maridos. La habitan personajes que a pesar de haberse convertido en nómadas, sólo ambicionan volver a su tierra.


Mariano Azuela nació en Lagos de moreno, Jalisco, el primero de enero de 1873, fue hijo de comerciantes y falleció en la Ciudad de México el primero de marzo de 1952. Se graduó como médico cirujano pero su gusto por la literatura lo llevó a inmiscuirse en el mundo de la escritura. Destacó principalmente en la narrativa, que logró combinar perfectamente con su interpretación y visión crítica de la realidad de su época.



[1] Azuela, Mariano, capítulo XIII de Los de abajo. México, Fondo de Cultura Económica, segunda edición, 1960, p.47.


*Publicado en Acrónimos Marzo, Año 1 No. 1

Por Luz Atilano

lunes, 3 de marzo de 2014

Oliverio Girondo

PLAZA
Los árboles filtran un ruido de ciudad.
Caminos que se enrojecen al abrazar la rechonchez de los parterres. Idilios que
explican cualquiera negligencia culinaria. Hombres anestesiados de sol, que no se
sabe si se han muerto.
La vida aquí es urbana y es simple.
Sólo la complican:
Uno de esos hombres con bigotes de muñeco de cera, que enloquecen a las amas de
cría y les ordeñan todo lo que han ganado con sus ubres.
El guardián con su bomba, que es un "Manneken-Pis".
Una señora que hace gestos de semáforo a un vigilante, al sentir que sus mellizos se
están estrangulando en su barriga.


Buenos Aires, diciembre, 1920.

De Veinte poemas para ser leídos en el tranvía.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Un fragmento de Robert Silverberg


»Mirad - diría -, hace mil millones de años no había ni un hombre, sólo un pez. Una cosa resbaladiza con agallas, escamas y ojillos redondos. Vivía en el océano, y el océano era como una cárcel, y el aire era como un tejado encima de la cárcel. Nadie podía atravesar el tejado. «Si lo atraviesas, morirás» decía todo el mundo. Y llegó este pez, que lo atravesó, y murió. Y luego llegó aquel otro pez, que lo atravesó y murió. Pero hubo otro pez, que lo atravesó, y fue como si su cerebro ardiera, y las agallas le estallaran, y el aire le ahogaba, y el sol era una antorcha en sus ojos, y estaba allí, tendido en el barro, deseando morir, pero no murió. Se arrastró playa abajo, volvió al agua y dijo: «¡Eh, ahí arriba hay todo un mundo nuevo». Y volvió a subir, y se quedó tal vez dos días, y luego murió. Y otros peces se hicieron preguntas sobre ese mundo. Y se arrastraron hacia la orilla lodosa. Y se quedaron. Y aprendieron a respirar aire. Y aprendieron a erguirse, a caminar, a vivir con la luz del sol en los ojos. Y se convirtieron en lagartos, en dinosaurios, en otras cosas, y caminaron durante millones de años, y empezaron a erguirse sobre las patas traseras, y utilizaron las manos para agarrar cosas, y se convirtieron en monos, y los monos se fueron haciendo más inteligentes, y se convirtieron en hombres. En todo momento, algunos de ellos, al menos unos pocos, siguieron buscando nuevos mundos. Les dices: «Volvamos al océano, seamos peces de nuevo, así es más fácil». Y quizá la mitad de ellos están dispuestos a hacerlo, quizá más de la mitad, pero siempre hay alguno que dice: «No seáis locos. No podemos volver a ser peces. Somos hombres». Así que no regresan al mar. Siguen subiendo. E inventan el fuego, las hachas, las ruedas y hacen carros, y casas, y ropa, y luego barcos, y coches, y trenes. ¿Por qué suben? ¿Qué quieren encontrar? No lo saben. Algunos de ellos buscan a Dios, y otros buscan poder, y otros, simplemente, buscan. Dicen: «Hay que seguir adelante, si no, mueres». Y entonces van a la Luna, y van a los planetas, y siempre hay otros que dicen: «Se estaba bien en el océano, todo era más fácil en el océano, ¿qué hacemos aquí? ¿Por qué no volvemos?». Y unos cuantos tienen que decir: «No volveremos, seguiremos adelante, eso es lo que hacen los hombres».



Robert Silverberg. La torre de cristal [Traducción al español de Cristina Maciá].
México: Roca, 1991.  pp. 66-67.

lunes, 6 de mayo de 2013

Algo de Lennon.

"Nos hicieron creer que el “gran amor”, sólo sucede una vez, generalmente antes de los 30 años. No nos contaron que el amor no es accionado, ni llega en un momento determinado. Las personas crecen a través de la gente. Si estamos en buena compañía, es más agradable.

Nos hicieron creer que cada uno de nosotros es la mitad de una naranja, y que la vida sólo tiene sentido cuando encontramos la otra mitad. No nos contaron que ya nacemos enteros, que nadie en la vida merece cargar en las espaldas, la responsabilidad de completar lo que nos falta.

Nos hicieron creer en una fórmula llamada "dos en uno": dos personas pensando igual, actuando igual, que era eso lo que funcionaba. No nos contaron que eso tiene nombre: anulación. Que sólo siendo individuos con personalidad propia, podremos tener una relación saludable.

Nos hicieron creer que el casamiento es obligatorio y que los deseos fuera de término, deben ser reprimidos. Nos hicieron creer que los lindos y flacos son más amados. Nos hicieron creer que sólo hay una fórmula para ser feliz, la misma para todos, y los que escapan de ella están condenados a la marginalidad. No nos contaron que estas fórmulas son equivocadas, frustran a las personas, son alienantes, y que podemos intentar otras alternativas.

¡Ah!, tampoco nos dijeron que nadie nos iba a decir todo esto... cada uno lo va a tener que descubrir solo. Y ahí, cuando estés muy enamorado de ti, vas a poder ser muy feliz y te vas a enamorar de alguien.
Vivimos en un mundo donde nos escondemos para hacer el amor… aunque la violencia, se practica a plena luz del día..."

John Lennon.

viernes, 15 de marzo de 2013

Tiempo - Laura Gómez Arellano


¿Y a ti quién te juzga,

Cuando en momentos tan divinos
te me escapas, o
cuando en los más inciertos
te me pegas como lapa?

Tal vez cerrando los ojos
te esfumes, o
tal vez llegue Cronos  y susurre
Tal vez sólo te vuelvas
una palabra hueca
Tal vez ya no sienta el peso
de la arena en mis zapatos.

Somos verdugo
el uno del otro
Yo te condeno
Tú me condenas
Pero yo me voy
Y tú te quedas.




Curso una materia llamada "Hermenéutica y literatura", en ella además de leer textos teóricos de estudiosos como Gadamer, Heidegger, Ricoeur, entre otros, llevamos a la práctica la exégesis de textos y poemas. Parte de la dinámica que nuestra profesora maneja es que nosotros, los alumnos, escribamos poemas propios para ser interpretados en clase.
    El tópico de las últimas clases fue el tiempo. En esta ocasión publico un poema de una de mis compañeras de clase, Laura Gómez Arellano.